Como todas las mañanas, volvía de
comprar aquello que le había encargado su abuela.
Allí estaba, preparando otro
rico postre.
- Abuela… ¿Por qué unas personas son guapas y otras
no?
- Si quieres encontrar la respuesta correcta, has de
hacer la pregunta adecuada. Qué responderías si yo te preguntara: ¿Por qué
sabes que hay personas guapas y personas feas?
- Porque… las que son guapas… ¡me gusta mirarlas! -Soltando
una carcajada, la abuela se separó del horno poniéndose frente a la niña-.
- ¡Tú y tus salidas! ¿Cómo llegas a la conclusión que
a unas te gusta mirarlas y a otras no? –con una patada de impaciencia y con
expresión de querer saberlo ya, respondió-.
- Porque las personas que para mi son guapas, son agradables
y me gusta cómo miran.
- ¡Ahí tienes las respuesta! No es solo que una
persona sea físicamente guapa o fea, aquello que te hace pensar que alguien es
guapo está más relacionado con su forma de mirar y comportarse. No está en
juego solo nuestro físico para agradar o no a los demás.
Por eso te digo siempre que no te quedes solo con
lo que ves, utiliza el resto de tus sentidos porque así llegará a ser tu
intuición la que te hable y no solo lo que te dice tu cabezota.
Con el capazo de la compra aún en
el brazo, oliscó el aire mientras lo dejaba en la mesa; reflejándose en su rostro,
el preludio del placer que sentiría saboreando aquello que se cocía en el
horno. Y volvió a la carga:
- ¿Sabes qué pasa también? -La abuela miro a la niña
con esa mirada de ternura que siempre tenía para ella-.
-
A ver… ¿Qué más dudas tiene la mía nena?
-
Es que… No entiendo cómo puede parecer un padre ¡más
joven que un hijo!
-
Explícame eso. –pidió la abuela mientras batía con
brío el contenido de un cuenco, la niña no respondió, absorta en ver cómo aquel
bracillo tan pequeño, podía generar tanta energía a ese tenedor que entraba y
salía del cuenco-.
-
¡Nena! ¿Dónde te fuiste?.
- ¿Qué? –expresó sorprendida al sacarla de su
absorta concentración-.
- ¡Aaaah! Francisco hijo… Francisco padre. – La abuela
miró con curiosidad interrogante a su nieta-.
- Sí, veras… Cuando voy a la tienda y están ahí los
dos ¿Francisco padre y Francisco hijo? … Parece más joven el padre y ¡No sé
porqué!
- Tú has hablado con los dos ¿Verdad?
- Sí.
- Y has visto cómo hablan, has escuchado cómo
piensan, su forma de moverse.
- Creo que sí. –respondió con esfuerzo, distraída en
probar el contenido del tenedor que le acercaba su abuela-.
- ¿Y qué diferencia ves entre los dos?
- ¡Muchas! Francisco hijo es muy serio, no me gusta
que me despache él, porque parece que siempre está enfadado. El padre… ¡No! Me hace
reír con sus gestos y sus bromas y te mira bien.
- Piensa una cosa. –Dijo su abuela, sentándose en
esa mecedora que siempre usaba-. Por ser tan serio su hijo,
es por lo que eres más consciente de lo alegre que es el padre ¿Entiendes a qué
me refiero?
- No. –Respondió sentándose en las piernas de su
abuela; como si acercándose tanto, pudiera llegar a discernir algo que sentía,
era importante y se le escapaba-.
- Te voy a poner un ejemplo: Tú, hace un momento,
probaste la nata…Te gustó ¿Verdad? Si le hubiera faltado azúcar… ya no te habría
gustado tanto ¿Por qué no te habría gustado tanto?
- ¡Anda… porque no habría estado dulce… No te digo!
¡Qué preguntas abuela!
- ¡Pues te equivocas listilla! Si siempre la
hubieras probado con poca azúcar… No sabrías, no sabrías que te gusta más con
más azúcar.
Por la misma razón… Sabes que uno es serio porque el otro no lo es
o al revés.
Si tienes con qué comparar… sabes que hay más modos, si no puedes
comparar… crees que solo es así.
Y no pienses más que es malo, solo acepta que
cada uno es como puede ser o como… quiere.
Y, como hacía siempre que no
acababa de captar, lo que su abuela tan pacientemente le explicaba, se arrebujó
contra aquel cuerpecito tan menudo, en un intento por ver si se le pegaba algo,
de lo que su abuela tenía.