Equilibrio

Equilibrio
"ser"

domingo, 29 de diciembre de 2013

viernes, 6 de diciembre de 2013

Mi imagen y yo



En mi adolescencia, hubo dos factores desencadenantes que me encaminaron ha preocuparme demasiado de mi imagen. Cosa que favoreció fomentara la manía de separarme de mi cuerpo, para intentar mirarlo desde fuera y así, dar mi aprobación o no, a lo que el espejo me devolvía.
Era tal mi preocupación por gustar físicamente a los demás, que siempre terminaba pensando, que solo se fijaban en mi por lo que veían –paradoja- y así es como acabé rechazando relaciones, por no poder quitarme esa idea de la cabeza, lo que me llevaba a “poner un muro” que impedía dar una oportunidad para saber y averiguar lo que sentía esa otra persona.
Y, para rizar el rizo… salté de cuidar mi imagen a “Pasar de ella” aunque seguía separando mi cuerpo de mi mente, pero esta vez, para comprobar que la imagen que me devolvía el espejo… era totalmente opuesta a atractiva.
 
No siempre conseguía mi objetivo, por consecuencia, si estaba de acuerdo con la imagen que el espejo me devolvía, todo funcionaba bien y nada me turbaba. Iba con una seguridad artificial que se esfumaba en un chascar de dedos si, en otro momento… creía percibir desaprobación en alguien o un espejo me devolvía algo que no me gustara. Cosa que me creaba mucha inseguridad y mi estado de ánimo, por ello, oscilaba como péndulo, haciéndome pasar de feliz a derrotada en segundos.

Como ya he dicho en entradas anteriores, en el Budismo Zen se insiste en el error que cometemos con separar cuerpo y mente. En nuestra tendencia a valorar todo desde la clasificación, insistiendo en el hecho de que no hay, no existe separación, todo es producto de nuestras ideas.

Por tanto, comencé a trabajar en ese camino. Prestando toda mi atención a lo que pensaba cuando me gustaba lo que veía en el espejo y cuando no, en todas aquellas situaciones en las que se ponía en juego mi imagen, para descubrir qué subyacía bajo esos sentimientos, ese comportamiento.
Llegando a la conclusión que esos fueron sucesos de mi pasado, que nada tenían que ver con mi presente. Puesto que si asumimos que todo esta en continuo cambio… nada quedaría en mí de esos sucesos pasados. Por tanto, empezaría a prestar atención a esos cambios y aceptaría lo que mis ojos me mostraban, sin clasificación, ni crítica, tal cual es en cada instante.

Y, curiosamente… a partir de ahí, me sentí más libre y espontánea con mi cuerpo y terminó por debilitar esas absurdas ideas, echó abajo la coraza con la que me mostraba ante los hombres, lo que me llevó a interactuar de un modo más sano.

Obviamente, no pude cambiar todo esto nada más hice aquellos descubrimientos. La transformación de mis ideas sucedía mientras me ocupaba de mirar con distancia mis reacciones y sentimientos, casi sin darme cuenta, hasta que un día descubrí que no pensaba ni miraba ya igual hacia fuera.
Ahora sólo busco gustarme yo, con tolerancia y aceptación. Es otra la perspectiva: Si percibo algo que no me agrada de mi imagen, es porque atiendo, miro lo que pienso, no lo clasifico, pues solo es la percepción en un instante, por una idea.

 Hay algo que nadie podrá rebatirme y es que vemos lo que queremos o necesitamos ver, por tanto ¿A qué preocuparse de la imagen que ven de mi? ¿Para qué perder mi equilibrio anímico, si solo veo en el espejo lo que en ese momento quiero o necesito ver, por un pensamiento que me ha llevado a una idea?

 
Puedo parecer bella comparada… ¿Con qué o con quién? Igualmente puedo parecer fea. Todo es relativo ¿Quién pone el listón para valorar tal? Es más, hay más factores, más matices que influyen en la imagen que los demás ven, que yo misma veo de mí, para agradar o no.